¿A donde van los caminos?
- David Turner
- 2 feb 2022
- 5 Min. de lectura

Sucede que no olvidamos el camino viejo solamente, nos olvidamos de nosotros también. La historia la escribimos basados en lo que oímos, vemos y claro siempre está aquello que sentimos al andar por la historia. Sin duda cada vez que se hace una historia en ella habrá un camino, o muchos caminos por los cuales el protagonista o el antagonista e incluso los personajes insignificantes caminan: la descripción del camino puede conectar al lector o a quien mira con la historia y hacerle palpar sensaciones en carne propia: “Iba Rosendo Escalante en caminata rápida por el empedrado camino. De pronto, desde la margen derecha del camino con ira y rapidez un enorme perro ataca al caminante”, como lector esto me hace pensar sin duda en la herida de Rosendo Escalante, pero también en la circundancia, en el camino lúgubre, porque el camino en si es la pagina en la que el hombre y el perro escriben su historia, el camino va a donde el hombre vaya, si el hombre olvida el camino, se pierde.
Es el año de 1890, Portovelo es un campamento minero del sur del Ecuador, ocupado por una trasnacional que para bien o para mal hace y deshace ( a su antojo) en cuanto a cambiar la orografía y el paisaje tanto físico como cultural se refiere. Provocando con su llegada y con su estadía uno de varios éxodos hacia el pequeño campamento que de pronto se vio poblado por mineros indígenas de Loja, Azuay y los mismos orenses de los satélites de Zaruma, entre otros tantos de la vecindad orense como lejana.

Desde su llegada “la compania” como la llaman los portovelenses más viejos, se pone manos a las obras, generar tuneleria, minera subterránea para la extracción de oro y plata sobre todo el primero, un complejo industrial para separación de metales, casas para sus personeros y centros habitacionales para los llegantes mineros, zonas de esparcimiento y así un sinnúmero de estructuras sobre y bajo tierra, todo con el afán de “sacar oro” en palabras muy de la provincia. Para la mantención del campamento habría que abrir caminos desde Santa Rosa, desde Piñas, hacia Zaruma y sus satélites con el objeto de transportar maquinaria, insumos, personas, alimentos y demás ítems necesarios para el crudo y rudo menester minero que debo decir se industrializó allí por primera vez en el Ecuador, dando paso a una revolución industrial tardía en la zona.
Son los últimos años 50`s del siglo veinte, el campamento americano como lo conocen, Portobelo o Portovelo dependiendo de la fuente, se ve vaciado de gringos y hacen su aparición compañías mixtas que toman el control del campamento y continúan el minado, la minería no para, Portovelo sigue en pie de guerra, pero la decadencia se ve un poco mas de cerca.
¿A dónde van los caminos? Es una pregunta que puede ser vista de dos formas, la primera lleva una retorica de dirección, hacia donde, en que dirección. Los caminos de Portovelo que en su momento como pequeña roma atraía a propios y extraños a su canto de sirena dorada, a la fiebre del oro, para quedarse, para vivir y a veces también para morir, venían de Santa rosa, Piñas, Piedra Blanca, La Chuba, Zaruma y sus Parroquias e incluso desde Loja, muchos de ellos constaban de caminos empedrados hechos con piedra bola o piedra de río. Con una morfología de contrafuertes externos y rocas presionadas en el centro, caminos de herradura para el diario trashumar de gentes, animales y quien sabe que fantasmas.
La segunda retorica es de una visión mas nostálgica, pues los caminos en sentido figurado, van al olvido y no necesariamente al olvido del camino per-se sino al olvido de nuestro pasado, al olvido de nuestras raíces. Si usamos esta segunda retorica como base para este texto, los caminos de Portovelo van, o están en el olvido...

Lo lamentable del Portovelo de la segunda década del siglo XXI es que la primera pregunta tiene una respuesta obvia, los caminos van a todos lados hoy en día, Portovelo se ha convertido en un cantón que prospera despacio, que crece y a veces da pasos atrás, como cualquier territorio, pero también se ha convertido en ese hombre de 80 años que mira nostálgico con la mascarilla en medio rostro hacia lo que un día solía ser su campamento, unos eran mecánicos y capitanes de mina, otros eran barrenadores y mineros de tropa, pero todos coinciden en que “todo va muriendo” y en que “los caminos van directo al olvido”, yo coincido.

Entonces el taxista que me lleva me cuenta que el camino que solía pasar por enfrente de su casa, presa de la modernidad, es ahora de cemento, y que el camino que iba por “el pache” hacia el Osorio y Zaruma, otrora empedrado y con una longitud de al menos 5 kilómetros, sucumbió ante la modernidad, o quizás la estupidez, o la ceguera colectiva, juzgue el lector. Pero como esos dos ejemplos hay varios, dentro y fuera de Portovelo; el camino del amarillo que subía a Zaruma del cual no queda ni seña, o quizás el camino que a través del castillo llegaba a Limoncito, o tal vez el camino empedrado con escaleras de roca que pasaba tras el hoy municipio, y claro que sí, hay más.

La recordación en fotos y relatos es muy grata y también es extensa, la culpabilidad se comparte entre todos, autoridades, dueños de casas, ministerio de cultura y patrimonio, en fin, basta solo buscar un culpable, pero al final, las lámparas de carburo ya no bajan como estrellas encendidas desde San José y hace mucho ya los niños no juegan a ponerle vela a las tablas y a bajar como centellas en los caminos del Barrio Machala o el Barrio Numero uno. Porque los caminos van hacia lugares y nos cuentan un sinnúmero de historias, pero también van al olvido, porque hay carreteras con motos y carros, con cemento y cunetas, con asfalto y cemento.

Ya mañana la pregunta sobre los caminos será inútil, porque habrán sido tragados por la maleza, por el tiempo y por el olvido, porque el viejo que cuidaba y endiosaba los caminos se habrá ido, mientras tanto recordar vale la alegría.
Con cierto olor a odio me agacho para recoger la basura que esta en el empedrado, esta actividad ha sido parte del día a día de mi familia por al menos 25 años. Tuvimos la suerte de mantener un caminito de un metro veinte de ancho y unos 400 metros de longitud. Este camino que aun vive y espero que no se olvide es el vivo ejemplo de que existe una salida, educar a nuestros hijos e hijas en la validez de nuestra historia, hacer entender a quienes viven junto estas vías que no se trata de un pedazo de empedrado nada mas sino de una historia en si misma que merece ver días futuros.
Junto al cafetal que lleva el nombre de mi abuelo mi familia y yo terminamos de limpiar el caminito, y mi madre llama para el café. “El obrero es digno de su salario”.
Mi pregunta, que es también una invitación es: ¿Debe la modernidad engullir de un bocado al pasado?
Espectacular lectura. Llena de nostalgia y certeza.