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Un camino infinito, o casi...

Actualizado: 24 mar 2022

Las infinitas montañas de los andes han estado desde siempre, en algún momento remoto un hombre de piel gruesa y cabello duro miró a la cumbre de los cerros blancos y pensó:

 ''Allí haré mi adoratorio, y para eso habré de hacer una ruta indestructible'' 

Diciembre 2019

Nuestro deseo no era el de emprender una aventura en la busca de nada que no hubiera sido visto sino más bien el deseo de recorrer el ande con el Inca en mente, pensando y observando la infraestructura de los Incas que no tan remotos, aún viven en nuestra sangre gracias al eterno mestizaje que vivimos en la América sureña, que si bien es cierto lleva el nombre de un hombre blanco: no podría ser más mestiza. Mis compañeros de viaje y yo empezamos en distintos lugares, Magner Jr. y yo en Guayaquil a nivel del mar: cosa que a futuro nos haría pagar un precio alto, y Pedro José desde Cuenca lo cual tuvo su precio también, pero uno diferente(dormir en una especie de parque). Al llegar al hermoso pueblo del tren Alausí todo eran risas y el inminente sentimiento de la aventura, la búsqueda de una camioneta fue relativamente fácil. Nos pusimos en camino con música a bajo volumen y conversaciones vagas que no llevaban a nada. Las pesadas mochilas de al menos 40 libras cada una moviéndose cual danza estrepitosa de lado al lado en el balde de la camioneta que haciendo eses subió desde la vía principal en La Moya hacia las faldas de las montañas  andinas que entre azul y verde iban mostrando sus colores mientras la luz de día hacia su arribo.

Achupallas, más allá del cliché: este pequeño pueblo andino clavado como una flecha entre la confluencia de las grandes montañas está también atrapado en el tiempo. Con su pequeño mercado al aire libre y su iglesia de roca andesita parece haber venido del pasado o más bien parece haber quedado en el. Hacemos nuestro campo base en una banca de cemento abrillantada por los traseros de muchos propios y viajeros, mi corazón al limite no quiere sino arrancar en carrera intrépida a lo desconocido. Magner Jr. conversa con un local a ver si puede comprarle un burrito, yo doy vueltas por el pequeño centro del pueblo en busca de algo para comer, un desayuno, un café, de pronto un morocho humeante hace su aparición y ¿por qué no? me engullo el morocho y un pan, generalmente no soy amante de las cosas dulces, pero en la altura y el frío de Achupallas bien valió la pena un poco extra de azúcar, además nos quedaban tres largos días de caminata lunar, tres, o eso pensábamos.


Al emprender camino saliendo de este pueblo mágico -uno realmente mágico por definición- las casas básicamente hablaban, nos decían de los secretos atrapados en la roca inca de sus bases, nos hablaban del suelo que pisamos y que fue sin duda pisado por las etnias Cañari aún más remotas en el pasado. Los rostros de gentes y animales, sus sonrisas carismáticas y otras un poco enrarecidas por lo temprano del día nos hacían manos batientes en un adiós casi seguro: por que sin importar el resultado, no volveríamos sobre nuestros pies y casi por seguro jamás nos volveríamos a ver, no por la muerte sino por la vida que nos arrebata el tiempo.

El ascenso, irremediablemente nos hizo notar las cargas, el peso de tres días de comida, agua y enseres de cocina, capas para cubrirnos del frío y snacks para cubrirnos del hambre que eventualmente nos atacaría. El agua viva junto a nosotros, su sonido poderoso capturando cada ruido de nuestros pasos. Como siempre la liebre procura ir mas rápido que la tortuga, los primeros 7 kilómetros los cubrimos desde Achupallas hasta el ascenso como si nuestros pes tuvieran alas, pero desde que empezamos a ascender el paso de tortuga se convirtió en el paso obligatorio. Caballos sueltos y aves que desde lo alto vieron nuestros paso con seguro temor, ¿Qué hacían estas extrañas figuras en estos remotos paisajes? Lo cierto es que entre conversas sobre como llegamos allí, nos empezamos a dar cuenta de que el páramo alto se volvía cada vez mas la regla. Los pastos andinos, las ovejas, las vallas y las rocas nos recibían mientras en ascenso deprimente nuestras caras iban subiendo en altitud.

De pronto el salto supremamente perceptible: la compañía del territorio por así llamarlo “civilizado” se desprendió de nosotros mientras cierta infancia lejana llamaba al pasado en busca de la protección de la cercanía. No vimos mas casas, pero la compañía perenne del frío y de las aguas fueron en todo momento motivo de alegría. Llegamos a un hermoso valle andino donde el camino del Inca aun está un poco callado y apretado entre los pastos. Es allí donde una realidad hermosa nos abrazó con furor, el mirar atrás, y ver lo que se había recorrido, harían quizás las once de la mañana y el sol saltando de nube en nube se convirtió en un compañero que a solfeos se dejaba ver y se ocultaba. Pero lo que vimos atrás era fantástico, los andes hacia nuestra espalda-el norte si mi brújula interna no me engaña- engrandecidos y verdes como brazos de árbol abrazándolo todo, con un goteo fantástico de luz de los cielos, con las mieles de mis ojos edulcorados con recuerdos y agigantados con mi voz “Que hermoso”.

La altura probablemente rodeada los tres mil y pico cuando nuestras fuerzas empezaron a flaquear y decidimos dar un tercer descanso en la orilla de un camino al que llamaremos “el camino al cielo”. De canto rodado con tierra roja y gris un tanto húmeda, el camino ascendía hacia la cima de una montaña en forma de cuchilla, parecía no tener fin, y si lo tenia su fin parecía ser el cielo pues se mezclaba ya con las nubes y las nieblas de las alturas del lugar. Las fuerzas de Jr. y nuestras insensatez nos empezaron a hacer pagar las penurias de la altura, el descanso seria mas que bien recibido. Desde el camino al cielo vimos un rebaño descendiendo el escarpado tramo para quedar cerca de nosotros un joven de quizás unos 26 o 27 años-que difícil es para mi hablar de edades-nos tomó un tanto por sorpresa, le hablamos y no se presentó pero tampoco nosotros, éramos peregrinos en su tierra, lo mas simple era querer evitar alguna confrontación, algún problema, pero su sonrisa menguada por quizás la falta de recursos nos decía a cada segundo “bienvenidos” fue una imagen increíble, el joven con sus ovejas al paso del camino al cielo se fue, con las ofertas de Jr. De comprarle uno de sus burros y con nuestros agradecimientos por brindarnos el paso.


Los minutos de caminata se convertían en hora cual si fueran segundos cayendo en el reloj de arena, cada grano una vida; íbamos pisando Chasquis y Cañaris, íbamos mirando los montes y las rocas que vieron aquellos antepasados remotos y sus hijos en brazos abrazados por las nieves, por las brumas, por el tiempo y por la paz de la muerte. A nuestros encuentro salió un paladín de roca al lado izquierdo de una montaña que se me antojaba infinita, junto a la formación de andesita un abrigo, una cueva que desde mi casi nulo conocimiento arqueológico me pareció la parada segura de todo corredor andino un “huasi” en medio de la montaña entra Achupallas e Ingapirca, me senté en el por unos instantes a esperar la caminata de mis compañeros; de pronto como fantasma vi a Pedro José subir como un rayo. Las brumas de los cielos habían ocultado el sol y la penumbra vagaba libre entre el valle y la falda de las montañas, el frío junto al viento eran los amos del mundo. Esperé a Jr. que con una voz empobrecida me dijo que estaba cansado, descansamos, y volvimos a descansar mas arriba cuando la parte mas fuerte del ascenso recién había iniciado.

El pasto del páramo se convertía en roca mas a menudo, y desde nuestro asiento a la orilla del camino podíamos ver la silueta del camino del Inca, imperecedero, grande y celoso de sus secretos hacia su ruta hacia el norte y al sur con rocas a cal y canto y las curvas de su recorrer por la orografía local, lo único que podía imaginar eran las caravanas de gentes, no Incas solamente sino gentes de pasados mas remotos, todo camino en mi opinión no es un camino nuevo, sino el seguimiento de un camino mas viejo. Pedro José se había hecho a la montaña solo mientras Jr. y yo descansamos una vez mas, era fantástico ver la silueta de mi amigo prendida avanzando a grandes zancadas desde mi lejana espera. Algo que no sabíamos y supimos después es que la altura de venir desde un metro sobre el nivel del mar a tres mil cien le habían afectado mucho a Jr. pero una costilla rota era su peor enemiga en ese momento, aun con todas las de perder en el tira y afloja de seguir y volver-que a ese punto volver seria un suicidio-agarrados de los bastones de caminata seguimos sube y sube por al menos unos cuarenta minutos mas a pasos pequeños pero valientes. El “se acabó” el “hasta aquí llego” me hizo pensar seriamente en que seria un vivac a la orilla del camino. Y tal como la esperanza se iba, así mismo de forma inesperada algo de ella volvía, un hombre con un burro se acercaba desde lejos haciendo eses en los camino bajo nuestros ojos, lo vimos acercarse y al torno de quince minutos estuvo a nuestros pies y le dije “hacia donde vas amigo” “Incapirca” me dijo de forma seca, fue así que la conversación empezó, y al final decidimos que a cambio de un pago nos llevaría la mochila de Jr. y la mía, Pedro José había desaparecido entre la neblina. Mientras Jr. y el hombre cargaban la pesada mochila corrió hacia el sur en velocidad de vida o muerte y encontré a mi compañero en la orilla del camino “esperando un chance” por nosotros, le hable del predicamento y acertó en mandar la mochila con el burro y nuestro nuevo amigo. Al burro le siguieron varios caballos y al final un hombre con fardos, después en carrera mas liviana continuamos el ascenso que penoso aun nos traería mas inesperados vuelcos.

La noticia de dos estudiantes perdidos nos llego con un joven que vestido de “boy scout” se nos acerco a ver si los habíamos visto oído, no habíamos hecho cumbre aun y mi primer instinto fue buscar en los cañones cercanos, en esta parte después de un valle de páramo andino el camino del inca se vuelve confuso y con la luz del sol cubierta por las nubes y la neblina se vuelve difícil operar con la vista, se requiere cierta experiencia y sobre todo instinto. Al llegar a la cima, 4200 metros sobre el nivel del mar, donde encontramos la laguna de Tres Cruces no recibimos ninguna buena noticia sobre los perdidos. Si bien el ascenso fue tortuoso, al llegar allí nos liberamos de las cargas mas livianas y conversamos con nuestros amigos; nuestro plan de tres días habría de cambiar. Nos unimos a la gente de los caballos en camino a Tambo Paredones en la laguna de culebrillas, desde donde estábamos aun varias horas bajando por el sector conocido como Espíndola que sin lugar a dudas fue por decir poco “complicado” Desde las cimas superiores vimos el camino extenderse cual infinita serpiente, ancho como carretera de nuestros días y manchado de colores, de vegetación y de roca a cada centímetro de su faz. Don Ariolfo Camas el amigo guía local del grupo que nos ayudo en el momento de necesidad fue de los últimos en bajar, las intricadas curvas llenas de agua y barro hacían la bajada terrible para sus caballos, para nosotros a pie no eran muy diferentes ni menos complicadas pero el riesgo en un caballo era sin duda peor en el caso de una caída.

Ver Culebrillas desde arriba era un gran alivio y me seguida diciendo que lo peor había pasado y se lo repetía a mi gente también. Y era verdad estábamos cerca de donde se suponía debíamos haber acampanado la segunda noche. Al llegar a los meandros que dan vida a la laguna la caminata relajada de Jr. me dio alivio, su fuerza había menguado pero no desaparecido yo sin duda acostumbrado a correr en el cajas no tenia mayor problema así que desde allí corrí a las ruinas de Tambo Paredones a prender fuego, calentar agua y hacer algo de comida, mientras corría me sentía en mi elemento, lagunas, paramos, el viento en mis oídos, me sentía un chasqui mas y uno menos del mundo civilizado.

La noche fue fantástica, compartimos comida y bebida, conversas e historias; entendimos de nuestro amigo Ariolfo el deseo que tienen las comunidades de ser mas dueñas del turismo puesto que el recurso generalmente es explotado por los foráneos quienes cobran altas cifras y de las cuales lo mínimo se queda en la comunidad; lo cual a ojos sensatos es una torpeza.

El frío debió ser como de unos nueve grados centígrados, y las estrellas una falta gigante movida por los dioses, el despertar nos dio la noticia del camino, nuestros compañeros dejarían nuestros fardos en San José y de allí completaríamos el ultimo tramo armados y equipados

La mística del camino y el horizonte inmenso me dejaban a menudo sin conversación, Pedro José y Jr. siempre tenían palabra en la boca. Cada paso dado era un instante ganado al día, sin para a comer, simplemente tomando el agua hervida en el infiernillo con sabor a pasta de la noche anterior y poco a poco el territorio remoto se fue desvaneciendo como el dulce de la panela se va de la boca. San José nos tomo por sorpresa y de ahí todo bajada-o eso creíamos- hasta Ingapirca entre caminos y carreteras. Ver el templo en Ingapirca nos lleno de alegría y sobre todo de paz, habíamos hecho el tramo de tres días en dos. Y estábamos listos para ir a Cuenca, no sin antes tomar chichita de jora y unas galletas.


El camino que los hombres del pasado recorrieron cientos y miles de años detrás de nosotros lo habíamos hecho con el respeto enorme por esos hombres y mujeres y con el animo de descubrir esos paisajes que hicieron al Inca extenderse por la “América” del sur, un continente con nombre blanco, pero con sangre mestiza, rica y multiplicadora.

 
 
 

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