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Venga conozca El Oro

Paccha. 2009. 6 AM.

Vista desde las antenas del Cerro Daucay, Atahualpa

"El Orense es oro en su palabra, es oro en su terruño, oro en su corazón"

Luego de haber caminado todo el día hasta acampar, me levanto presuroso con los primeros rayos de sol, la noche que he pasado ha sido muy fría, y entre el temblor de mi cuerpo y lo mal trecho de mi carpa, bajan gotas enormes de agua que la lluvia me brindó amablemente: horas antes me encontraron en las playas de la provincia de El Oro, precisamente en Jambelí, recorriendo los caminos que mi padre me había narrado y hoy, al acabar mis estudios secundarios, podía andar.

Cuando era niño y vivía en el barrio Los Vergeles, en Machala, cabecera cantonal de la provincia de El Oro, en raras ocasiones la humedad era tan escasa que desde las amplias sabanas podía ver las montañas de Cuenca, y con mi hermano soñábamos en un día recorrerlas, al pasar los años tuve la oportunidad de vivir en el cantón Piñas, y desde ahí conocer lugares escondidos entre peñascos y macizos, a través de la neblina descubrí pueblos mágicos como Ñalacapak, Ayapamba, Moromoro, ríos mineralizados, lejanos como el Pindo , y partes tan altas que jamás pensé podrían existir en mi provincia.

Montañas de Guanazán, Zaruma El Oro

Guanazán. 2008.

En el país había empezado un importante proyecto de rescate del patrimonio, y como asistente de arqueología de Mary Jadán (Directora del proyecto del área arqueológica), había llegado a una parroquia que jamás pensé que existiera, recorríamos las terrazas prehispánicas descubriendo hachas, puntas de flecha y Llipteras, sus 2600 metros sobre el nivel del mar, brindaban un agradable frio en la tarde, y entre el pueblo, campesinos indígenas con poncho, casas de adobe, y los ajíes más picantes que habían probado en mi vida. Como olvidar cuando subí sus montañas más altas, y vi los números en el GPS: 3900 msnm, y perdido en el dibujo del perfil de la montaña, escuchar el relinche de caballos salvajes, que en un instante estaban sobre mí, observándome como un intruso , una yegua café, alta y lanuda, y un potrillo asustado tras su madre, un instante después dentro de una cueva, me detenía el temblor del mal aire tomado por uno de mis asistentes, el precio de una pieza humana, una tibia que una semana después, formaba parte de la colección del laboratorio del proyecto, junto con los minerales base para armas prehispánicas, vasijas y tiestos, impresos eternamente con la huella digital de un hombre o mujer, que quizás pensó millas de años antes: seré eterno, si dejo mi huella en ella.

Recorrer la provincia es un privilegio que locales y extraños deben hacer alguna vez en la vida, o consolidar su sueño campesino, en alguna curva de Guayara, o quizás una ladera de Piedras Verdes, Malvas, o entre la neblina de la dulce Chilla, o por qué no, en uno de los Riachuelos de Santa Isabel. Tantos nombres y tantos climas, tantas historias que se desarrollan en el presente, mientras escribo, o lees este articulo; El Oro es un patrimonio vivo, una cultura viva, “tierra que es un primor” y una naturaleza que late a diario en el graznido de las Pacharacas o el sonido de las hojas secas provocado por los Tumulles, en el fuerte silbido de la paja de los paramos de Cerro de Arcos, en la risa de su gente, que aunque no lo crean al igual que cualquier pueblo, tiene su acento especifico, que decenas de veces he reconocido en sitios turísticos de la capital del Ecuador, porque el orense habla lindo, el orense también tiene su canto.

Cerro de Arcos, Zaruma

Quito 2021.

Hace 11 años que vivo en la capital y desde mis épocas en la Universidad Central del Ecuador, en la carrera de Turismo Ecológico, o como guía en la mitad del mundo, contaba sobre El Oro ¿Qué es El Oro? ¿Dónde queda? Y podía hablar a turistas del mundo entero por minutos de la magia de sus manglares, sus bosques petrificados, o húmedos, los páramos desconocidos o bosques secos, islas de pájaros migrantes o ballenas jorobadas, antiguas minas, tierra de bebidas alcohólicas como La Mallorca o el Reposado, tierra del Repe orense, que es diferente al Lojano, el Arroz Mote, el Molloco y el verdadero Tigrillo.

Tigrillo Zarumeño

A lo largo de mis años en la capital he logrado entender el verdadero valor cultural de la provincia de El Oro, el potencial turístico que posee, y el enorme bagaje cultural de su pueblo, he soñado en la provincia como un potencial turístico, lugar de acogida de curiosos turistas que, a través de las historias de sus calles y sus casas antiguas, pueden perderse con el cantico mágico de su gente, tras un ceviche y un jugo de Pechiche.

Como amante de mi patria, la he recorrido entera, he visitado sus volcanes, plazas, áreas naturales, sus enormes y bellas playas, he probado Bolones y Ayampacos, Chukchucaras y ceviche de Spondylus, y entre el Tsafiqui y Awapit he aprendido nuevos saludos.

Sueño como orense que el mundo entero conozca Nudillo y Marcabelí, el extenso Bajo alto, la cordillera del Chilchiles y el Zaruma Urcu, el Museo de Magner Turner y Puerto Jelí, porque ahí está nuestra provincia, en reconocer que lo que tenemos es valioso y bello, y que, con la organización correcta, la creación de servicios turísticos, y servicios complementarios, además del diseño de Modelos de Gestión de calidad, marcas y rutas turísticas, tendremos una base solida para la oferta turística.

Petrograbados de Nudillo, Portovelo

Sueño con eso, pero mis sueños son más que imágenes pintadas con crayones, son superestructuras conceptuales en 4 dimensiones, en donde prima una organización plena, una planificación objetiva, con un punto de partida fundamental, conocer lo que poseemos, valorarlo, y pensarlo como un destino, muy humano, muy cálido, muy de calidad.

Así lograremos finalmente asentar el imaginario colectivo a algo definido, para que un día la letra de esta bella canción de Carlos Aurelio Rubira Infante se conviertan en las palabras de todo orense, y todo turista que desee volver: “razón tiene de conocer El Oro, que es el rico tesoro que tiene mi Ecuador”. Venga conozca El Oro.

 
 
 

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